Las fuentes reconocen al director técnico, a los delanteros estrella que se llevan las palmas, a los medios que arman un buen juego y al defensa que con destreza arrebata el balón al contrario. De la misma forma el director del medio gana renombre, el reportero gana credibilidad y el fotógrafo es reconocido por su talento. Todos ellos son consentidos por las fuentes y el apreciados por los lectores.
Allá en el fondo de la redacción, como guardameta bajo los tres palos, el editor. Participante pasivo de las mejores jugadas, el espectador de la ovación al reportero o al gráfico. El solitario integrante cuya labor es más reconocida cuando no se aprecia su intervención, irónicamente.
Paciente. Espera el momento de entrar en acción y atajar una falta de ortografía, una idea incongruente o un párrafo mal estructurado. Brinca para desviar la mala sintaxis y se para ante el delantero contrario para evitar la pena capital: un desmentido. Como un Casillas o Buffon esperan nunca ser necesitados pero están atentos al ataque del contrario.
Su nombre no es publicado, nadie los conoce y para la mayoría de las personas y funcionarios no existen. Para los reporteros son los fantasmas gruñoones de la redacción, los que ponen mal el crédito de la fotografía o de la nota. Son los culpables, los que se llevan el regañoo pero nunca obtienen la felicitación.
Son los periodistas sin renombre, los que no usan grabadora ni libreta pero están en la boca del cañon. Si un día conoces a uno de ellos, recuerda su nombre, pues quizá nunca vuelvas a saber de él.