Todo mundo opina.

...pero tampoco es una bendición.

Todos tienen la última palabra. Son expertos en política, derechos humanos, educación y sexualidad. Cualquiera puede descifrar los códigos que rigen al crimen organizado y desentrañar los misterios de la economía internacional. Quedarse callado pasó de moda.

La razón es tan grande que todos creen tenerla (incluso yo, al momento de escribir esto creo poseerla). Sus argumentos, dicen, son los mejores fundamentados; sus fuentes son las más acertadas y su vocabulario el más amplio pero carecen de ideas y de propuestas. No dejan de ser unas lindas muñecas de aparador, unas mediocres divas de los medios.

Tal es la impunidad de la que gozan los columnistas. Señalan errores, lamen suelas y critican a quienes estan en desacuerdo con sus opiniones pero... ¿Cuándo fue la última vez que leyeron un texto propositivo? ¿Cuál fue la más reciente idea que les dio el autor de una columna? Es más: ¿Cuándo fue la última vez que cuestionaron lo que leían?

Sí, todo mundo puede opinar. Sin embargo, ¿cuántos están preparados para hacerlo?

------------- ACTUALIZACIÓN -------------------------

Puedo decir, con la mano sobre el corazón, que sí he leído textos propositivos. Que plantean nuevas situaciones y cuyo fin es exponer otra opción. El problema radica en el lector que desestima fácilmente lo expuesto.

En la mayoría de los casos esto ocurre cuando las palabras y las acciones no son congruentes. (Ejemplo: Antonio Attolini). Pero esa es harina de otro costal.

Eso sí, sigo pensando que muchos opinólogos se rigen por el principio de Joe Pino.

"Yo opino que si opino un pensamiento
que me venga a la cabeza hago crítica social"

(Justo como Twitter)